Iba al volante en un chevy rojo con un casette de The Doors, el demonio de metal no tocaba el suelo, parecía levitar, de improviso en la curva intento esquivar a la niña desnuda, ella bailaba y se revolcaba en el lodazal, en un ritual incomprensible, al pasar por su lado quise quedarme con ella, en ese charco lleno de barro, con su inmundicia ella era feliz.
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